Aunque las matemáticas siguen, con muchas dificultades, manteniendo viva la llama del ascenso, la realidad dice que el play off es ya solo una utopía. Es cuestión de dos o tres partidos que el Real Zaragoza diga adiós definitivamente al fantasma del descenso –aquí en sportaragon ya le dimos por finiquitado hace 15 días-, y en ese instante es también muy probable que el curso se tenga que dar por acabado, porque hablar del play off ya no tendrá sentido. Es la consecuencia de una temporada que se cruzó antes del Pilar con Idiákez y que descarriló por completo con la llegada de Lucas Alcaraz a La Romareda. Solo la llegada de Víctor Fernández, un empeño personal de Luis Carlos Cuartero, ha conseguido revertir la situación.
En dos meses, el técnico zaragozano ha ratificado lo que muchos ya sabíamos, que su capacidad está a la altura de los mejores, porque Víctor es otra película. Dos minutos a su lado son suficientes para entender su dimensión, deportiva y personal. Es un tipo diferente, con un aura fuera de lo normal, que te atrapa, te enseña y te enamora.
Tanto, que me voy a permitir el lujo de hablar en primera persona. Le conocí a finales de los 80 cuando Víctor veía ya de cerca el banquillo de La Romareda y yo todavía soñaba con ser futbolista… El paso del tiempo puso a cada uno en su lugar. La historia comienza en el barrio Oliver, quizás la más humilde de las barriadas de una Zaragoza que se comió a mordiscos la transición democrática para convertirse en una ciudad del siglo XXI. Víctor en el barrio no era no uno más, era un líder en toda regla. Hablaba y todos escuchaban, se formó académicamente cuando la droga atrapaba a más de un compañero de batalla, soñó en grande cuando sus colegas solo aspiraban a unas monedas que les alegrasen el fin de semana. En definitiva, creyó en sus posibilidades a pesar de las curvas y las duras pendientes que el camino presentaba.
Historia con letras doradas
En ese hábitat, el fútbol fue el fondo y su innegable capacidad, la forma. O quizá fue al revés. Brilló como nadie en el curso nacional de entrenadores, el Stadium hizo de trampolín al Real Zaragoza y la historia se escribió en letras doradas. Gestas, fútbol, goles, títulos. Mil y un detalles para volver a casa por tercera vez, porque Víctor se marchó, incluso pareció que era para siempre, y es que nadie en su sano juicio podía imaginar que el Real Zaragoza se encaminase hacia la Segunda División B. En una situación así, Víctor regresó para resucitar a un muerto, porque “al equipo de mi vida, al que me dio la oportunidad de ser todo lo que soñé, no le puedo decir no”.
En solo unos partidos, a orillas del Ebro luce el sol. La Romareda ha recuperado la sonrisa y vuelve a disfrutar. Vamos, que la afición solo ha necesitado los dos minutos de rigor para comprobar que con Víctor nada ha cambiado, es como ese amigo de clase con el que perdiste el contacto pero que en un inesperado café a media tarde compruebas que la vida sigue igual. Víctor es otra película, una película que no debería acabar en el mes de junio.