El Real Zaragoza no atraviesa un buen momento, ni mucho menos. Tras un arranque de temporada ilusionante, el equipo aragonés ha dado un frenazo considerable, consiguiendo únicamente 3 de los últimos 12 puntos posibles. Tres empates ante Lugo, Oviedo y Málaga y una derrota ante el Cádiz han hecho saltar las primeras alarmas. Lo cierto es que el último mes no será recordado por los buenos resultados. Ni tampoco por el buen juego. Y es que el Real Zaragoza de Víctor Fernández ha perdido su condición de invicto y se ha debilitado donde era más fuerte, en defensa. A razón de dos goles por partido, el equipo maño ha recibido un total de seis goles en tres partidos. El triple de goles que había encajado en los primeros seis partidos. Desde el banquillo, Víctor Fernández y su cuerpo técnico han observado una constante involución del equipo
Del Zaragoza atrevido no queda nada
El inicio liguero del Real Zaragoza fue sorprendente. Como también lo fue la idea de Víctor Fernández. El Real Zaragoza se convirtió en un equipo atractivo y que siempre iba en busca de la portería rival. Dominando el partido desde el control del balón, Víctor quiso conformar un estilo muy característico, basado en el ataque constante y en el sometimiento del rival a través de la posesión. Conseguido. Tan sólo la Ponferradina —a través de una gran presión alta— pudo hacer frente al Real Zaragoza durante todo el encuentro, encontrando el premio con un gol a falta de escasos cinco minutos para el pitido final. El resto de equipos hincaron la rodilla tras intentar jugar de tú a tú a un Real Zaragoza cuya calidad en la zona de tres cuartos era exquisita.
Ante esta situación, los próximos rivales del cuadro aragonés cambiaron por completo su forma de jugar. De la osadía se pasó a la timidez. Retrasando las líneas y acumulando una gran cantidad de jugadores en campo propio, los rivales zaragocistas consiguieron parar por completo el vendaval en el que se había convertido el Real Zaragoza. No solo eso, sino que consiguieron generar situaciones de gran peligro y en superioridad numérica saliendo al contragolpe. Con los laterales altos y el mediocampo desorganizado, el Real Zaragoza de Víctor Fernández ha sufrido los constantes contraataques de sus rivales, obteniendo un resultado más que negativo.
Víctor Fernández y su tarea de reconducir al Real Zaragoza
Ante la reacción de los rivales, la próxima debe ser la de Víctor Fernández. Con casi 650 partidos en su haber, el entrenador zaragozano tiene experiencia suficiente para solventar una situación tan complicada como esta. La búsqueda de soluciones debe de ser una prioridad para evitar que el Real Zaragoza siga siendo el mismo equipo previsible que lleva siendo durante el último mes. Tras cambiar del 4-1-4-1 al 4-1-2-1-2 en rombo, el Real Zaragoza se ha atascado por dentro, buscando jugadas inverosímiles en medio de la maraña de jugadores que los equipos rivales introducen en la zona central.
Al eliminar las bandas se ha perdido profundidad. Una profundidad que ahora dan unos laterales reconvertidos en carrileros y que en la mayoría de ocasiones sufren para replegar ante los rápidos contragolpes rivales. Sin profundidad y sin espacios, el Real Zaragoza está siendo incapaz de generar el mismo volumen de ocasiones que generaba hace un mes. Y es que para generar ocasiones deben de aparecer los jugadores de más calidad del equipo maño. Kagawa y Eguaras están siendo los principales damnificados. Ambos, necesitados de espacios, están sufriendo ante imposibilidad de encontrarlos en la zona central debido a la gran afluencia de rivales.
Víctor Fernández deberá introducir cambios en Soria con el objetivo de sorprender a un Numancia que muy posiblemente seguirá el mismo procedimiento que los anteriores rivales zaragocistas. Despejar el carril central y volver a crear superioridades en los carriles laterales podría ser, de nuevo, el objetivo de Víctor. Álex Blanco y Papu, ambos jugadores de banda, llevan varias jornadas siendo los revulsivos habituales. Quizás ellos sean los jugadores en los que Víctor base la pequeña revolución. Una revolución necesaria para no seguir cayendo en la tan temida involución.