ZARAGOZA | La Historia, por desgracia, casi siempre se repite. Todo lo que rodea al zaragocismo se ha convertido en un bucle infinito del que estamos hartos de saber cómo acaba. La pesadilla comienza una vez acaba la quinta jornada. Es como si hubiera una mano negra que no quisiera que fuéramos felices a partir de ese momento. Comienza el miedo, el estrés, el vértigo a las alturas, a no saber cómo gestionar esa presión que es llevar el escudo del león en el pecho.
Pensamos que con Víctor ese “mal de alturas” no sucedería. Su experiencia en el fútbol y su conocimiento profundo de cómo siente el zaragocismo, le hacía la persona ideal para encarar un reto mayúsculo como es devolver al club al lugar que se merece. Pero es que nadie es perfecto, ni siquiera él, con un curriculum brillante a sus espaldas, pero que también contiene alguna que otra decepción palpable.
Puede que esa responsabilidad que tiene Víctor y que asume a sus espaldas, sea de un peso insoportable hasta para él. Con esto no quiero decir que no pueda conseguir el objetivo, es más, pienso que es de las mejores opciones para lograrlo, pero eso no significa que sea un ser inmaculado y que raye la perfección. Su zaragocismo está fuera de toda duda, pero con lo emocional no es suficiente. Y aquí puede que esté uno de sus errores. Que te duela ver al club de tus amores en un lugar que no le corresponde puede hacer que esa sensibilidad exacerbada no te haga actuar con la razón necesaria. Un exceso de responsabilidad puede atenazarte y no actuar de la manera debida. Es fácil que los acontecimientos te superen y no puedas ver con claridad que en un bosque además de árboles hay más cosas.
La afición puede ser emocional, pero no el capitán del barco. Las buenas decisiones no se pueden tomar desde las emociones desbordadas, sino por la razón pura. Víctor llegó llorando, sintiendo el zaragocismo a flor de piel, como lo hacemos todos los aficionados que lo somos de verdad.
Víctor es impulsivo, maniático, cabezudo, en definitiva, un aragonés más como cualquiera de nosotros. Pero a veces da una imagen de fragilidad excesiva debido a la carga que lleva a sus espaldas, y es algo entendible, y sobre todo humano. Pero necesitamos a un líder más estoico, pragmático. No se entiende su interés por jugadores como Clemente, cuya aportación se sabe secundaria desde el principio. Cerrar la plantilla con dos jugadores que han demostrado muy poco en el fútbol profesional como Adu Ares o Alberto Marí. Futbolistas que han jugado en primera división escasos minutos más que quien les está escribiendo este artículo. Fichajes fallidos, que además cierran las oportunidades a jugadores de la casa que son mejores que estos. Pau Sans o Azon merecen más minutos o si no haber fichado jugadores de fuera con un verdadero peso específico en la plantilla. Por no hablar de la escasez de presencia física y táctica en el centro del campo, donde ya se sabe que se falló el año pasado. Tener un solo extremo de verdad en la plantilla, que es muy bueno, pero que tampoco puede jugarlo todo. Ha habido malas decisiones y el responsable no es otro que Víctor. A este equipo no le sobraba gente como Mollejo, que puede jugar casi hasta de portero, y cuyo carácter no sobra en una plantilla que al primer golpe recibido cae a la lona con su evidente mandíbula de cristal. Víctor ha querido una plantilla de perfil bajo en cuanto a su carácter, jugadores fáciles de llevar y eso siempre es un arma de doble filo. Por no hablar de quitar a tu máximo goleador y hasta hace poco de la categoría, el cántabro Mario Soberon. No tiene sentido que haya sido cambiado todos los partidos que ha empezado de titular, no llegando nunca al minuto 75 de los encuentros. El único que consiguió acabar, fue evidentemente en el que fue suplente, y entró en la segunda parte en Gijón.
Víctor falla, como lo hacemos todos, pero a veces parece que decirlo es un sacrilegio. Sólo le pido que sea valiente y justo, que no se ponga nervioso por la responsabilidad y el sentimiento que procesa al club. Que no destile esos nervios a los jugadores ni al resto de estamentos del club ni a la afición. Que no se muera de miedo, que no sea cabezón en decisiones que son dañinas. Que se sepa fuerte, como el león rampante de nuestro escudo.