ZARAGOZA | El fútbol tiene prisa y nunca se detiene. Solo unos días después de despedir La Romareda en La Copa del Rey, el Zaragoza se jugará su suerte en Riazor. No será una final, pero se le parece. El Zaragoza llegará a Coruña en la situación más delicada del curso, encerrado en un bucle, atrapado en su propio laberinto. También Víctor Fernández. El técnico posee el beneficio de la historia, pero parece desorientado en el presente, preocupado por las bajas, ensayando bocetos en cada uno de sus dibujos.
El partido significará mucho para Víctor Fernández, en el regreso a su segunda casa, cercano a Sanxenxo. El técnico siempre ha dicho que Galicia es el sitio de su paz espiritual, pero en Zaragoza reside su tierra y su guerra deportiva. En los últimos partidos ha dejado rastros de búsqueda, pero pocos signos de hallazgos. Solo así se explica que en los últimos tres partidos haya formado con tres dibujos diferentes, sin lograr vencer ni convencer en ninguno.
Da la impresión de que el plan de Víctor se basa en la inspiración, en el arrebato y el hallazgo del momento. Esa idea contrasta con sus acompañantes de viaje, que creen más en el método y en las leyes del trabajo diario. Solo así se explica que algunos sistemas se estudiaran en un autobús, que el ensayo de tres centrales se haya producido por una baja de última hora y que las grietas del Zaragoza se hayan hecho últimamente más visibles. Víctor ha elegido a veces las mejores chinchetas, pero las ha situado casi siempre boca arriba. Vuelve a Riazor, donde nada le funcionó hace un mundo, y lo hace en un contexto sensible. El sábado buscará en el lugar de su paz espiritual una tregua deportiva.