Por desgracia, al menos para mi gusto, el fútbol de hoy en día ha perdido casi toda la mística que tenía cuando yo era niño, y vive casi en su totalidad de los resultados, que si son buenos se olvidan pronto, si son malos traen consecuencias y alimentan la voracidad del aficionado pidiendo más y más, con lo que nunca se sacia el estómago de victorias y éxitos.
Vivimos del resultado y también de las sensaciones que el equipo deja, y con ello pasamos la semana, según haya sido el resultado la última jornada. Con el Huesca, el aficionado vive en un continuo sube y baja de sensaciones que de momento, no sabe como interpretar.
Arrancó la pretemporada con el equipo casi hecho, con lógicas salidas por ventas y llegadas ilusionantes en algún caso, e inciertas en otros, por no saber cómo eran las dentaduras de los caballos en cuestión. Pocas conclusiones pudieron sacarse, al menos un servidor, porque amén de la mayor o menor entidad de los rivales, las pretemporadas simplemente sirven para ir ajustando piezas, compenetración entre los jugadores y darles a los técnicos algunas pistas sobre su rendimiento.
Las únicas certezas que dejaron esos partidos era que la portería estaba bien cubierta, que Gallar pintaba bien, que Cucho parecía interesante, que Sastre empezaba el curso fino y que el lateral zurdo cojeaba ligeramente por las molestias de Brezancic.
El partido de Soria dejó frío al personal, sobre todo por la blandura defensiva, cosa que el año pasado no había sido tan evidente con la pareja de centrales que jugó buena parte de la temporada. El personal que había seguido la pretemporada se hizo cruces viendo a un futbolista jugar incómodo en banda contraria, y aunque Cucho Hernández dejó algunos destellos, el arranque no fue el soñado más allá del resultado.
Siete días después del bajonazo de Soria, pasamos a un buen chute de adrenalina: Melero empezó a funcionar, Pulido dejó destellos de ser rocoso y contundente, Cucho empezó a enamorar y el equipo gustó bastante en todas sus líneas.
En Pamplona se asentó la idea de un Huesca serio, que supo reaccionar al gol encajado, que confirmó que su portero iba a salvarle en más de una, y que con otro gol de Melero ponía justicia a un partido bonito, sacando un puntazo en feudo de una de las mejores plantillas de la competición. Otro buen subidón para la moral del respetable.
Pero luego llegó la estocada copera, que más que por la eliminación, dolió por la forma en que se produjo, por la cantidad de errores individuales y dejó el convencimiento que de no ser por Bardají, la goleada habría sido escandalosa.
El público se cebó quizá en exceso con un futbolista, que meses antes había contribuido con buenas actuaciones a que el Huesca luchara por el ascenso, pero ya se sabe, la memoria es demasiado frágil.
Y ante el Sevilla Atlético, “ni chicha ni limoná”, porque aunque es cierto que el equipo mereció ganar, y defensivamente estuvo correcto y poco exigido, la parte ofensiva dejó una sensación agridulce, de ser Cucho contra todos y sin un socio claro que ayudara a desequilibrar.
Porque Vadillo está demasiado intermitente, tiene destellos pero de momento no son los de aquel futbolista vertiginoso que iba a ser capitán general en Segunda. Gallar no acaba de encontrar el sitio, se asocia sí, pero no es todo lo vertical que gustaría, y Ferreiro le va tomando el pulso y el ritmo poco a poco, pero tampoco es el futbolista que todos conocemos.
En Pamplona y frente al Lorca el banquillo aportó mucho. En Soria y ante los pupilos de Tevenet, los recambios sumaron más bien poco, por eso el aficionado no sabe con qué cara del equipo quedarse.
Supongo que hay que quedarse con un término medio: que la zaga se va asentando con Pulido y Jair como referencias, el centro del campo es indiscutible con Aguilera y Melero y dos relevos de garantías, y si Vadillo, Ferreiro y Gallar van cogiendo color, junto a Cucho pueden dar bastantes tardes de alegría.
Así está el panorama: no es todo de color de rosa, pero el tirando a oscuro está bastante lejano por el momento.