El Real Zaragoza volvió a ganar 12 jornadas después. Lo hizo con un cambio de sistema. Uno que nació de la libertad de quien de verdad sabe de fútbol y conoce a los jugadores de cerca siendo consciente de sus virtudes y sus defectos. Ese nuevo sistema fue un 4-2-3-1 en ataque que se puso en práctica curiosamente en el primer partido en el que no había un director deportivo detrás que quisiera controlar el papel de esa castigada figura que supone ser “entrenador de club”.
Iván Martínez ideó un nuevo dibujo, basándose en lo que cada futbolista podía aportar en cada faceta del juego y echando mano de un sistema que buscaba un mejor enlace entre líneas. Nieto volvió al lateral izquierdo y Vigaray al derecho. Francho y Ros formaron el doble pivote. Por delante de ellos se situó una línea de tres con Chavarría, Narváez y Bermejo, para que arriba estuviese un Azón que fue la referencia en ataque.
Sea por los cambios institucionales o sea por el cambio de esquema, lo verdaderamente importante es que el Real Zaragoza se sintió liberado sobre el césped ante el Fuenlabrada desde el minuto uno. Los zaragocistas firmaron uno de sus mejores encuentros de la temporada y dieron un paso al frente en ganas, actitud y valentía.
Control en el centro del campo y crecimiento en ataque
Pronto Francho se hizo con el control del centro del campo, ayudado por la salida de balón de Jair y Guitián. El canterano tenía una línea de tres cercana con la que poder conectar. Lo hacía distribuyendo a bandas con Chavarría y Bermejo. Este, a su vez, se veía ayudado por las subidas de Vigaray que permitían ágiles combinaciones en ataque para centrar al área rival. Las conexiones por dentro con Narváez también daban resultado. El colombiano era el encargado de conducir en última instancia el balón al área rival donde estaba esperándole un hambriento Azón.
El canterano tuvo sobradas ocasiones para poder adelantarse en el marcador, pero fue la calma tensa de Narváez la que pudo batir la portería de Pol Freixanet. El colombiano tuvo la serenidad necesaria para darle un taconazo preciso al esférico y marcar un 1 a 0 que significa la vida para el Real Zaragoza. La rabia de la celebración de ese gol y las lágrimas de Narváez en zona mixta tras el partido dejan en evidencia el sufrimiento de una plantilla que, independientemente de que tenga calidad o no, se ha visto sobrepasada por unas circunstancias para la que muchos jugadores no estaban preparados.
En defensa también se encauzó la situación respecto a otros partidos. La atención defensiva se mantuvo a balón parado y nadie dio su brazo a torcer ante el ataque rival. Hasta rozando el descuento, Jair estuvo rápido y fresco como si acabara de pisar el terreno de juego para sacar un balón sobre la línea de gol.
La tensión de las últimas semanas había derivado en un entrenador que ya no tenía nada que perder y en unos jugadores que no podían caer más bajo. Dos futbolistas en edad juvenil, Francho y Azón, se echaron el equipo a la espalda para encauzar una situación a la que ni siquiera los más veteranos encontraban solución. Tocar el fondo liberó a la plantilla de presiones. Solo quedaba levantarse y así fue. El Real Zaragoza resurgió de sus cenizas.