Para el Real Zaragoza el 2022 era el año en el que todo podía cambiar. Deshojó su margarita a favor de Jorge Mas y el club inició en verano una reconstrucción que se quedó a medias. Raúl Sanllehí consideró a Miguel Torrecilla una pequeña concesión y la mejor de todas sus coartadas. Después, el curso de la competición le hizo desdecirse.
Carcedo fue historia demasiado pronto, una simple nota al pie. Llegó Fran Escribá y cambió la perspectiva, pero no todo el panorama. El diagnóstico que ha llegado después no admite muchas discusiones. El Zaragoza necesita un mercado ambicioso, pero se refugia en la austeridad, en el matiz en lugar de la revolución, en el retoque en lugar del cambio.
Sanllehí tiene las llaves del Zaragoza ahora, el mandato de todas las cosas. Con el mercado ya en marcha, no se decide por ninguno de los candidatos para la parcela deportiva. Quiere ser también el director de orquesta, el principio y el fin. Si hace unos meses reconoció que no era un experto de la categoría, ahora se siente arropado, protegido por su equipo y un técnico ganador. No hay paraguas, pero tampoco una lluvia constante.
El mercado invernal siempre tuvo unos márgenes muy reducidos. La deuda se salda, la parcela económica mejora, pero al escenario hay que añadirle una nueva variable: un estadio a la altura de la ciudad y de su historia. En el juego, el césped ofrece una realidad mucho más verdadera. Y mientras Jorge Mas estima que el club solo necesita progresar en algunos matices muy concretos, el fútbol prueba que Zaragoza necesita al menos una incorporación en cada una de sus líneas. Jugadores diferenciales en una liga sin grandes diferencias.
En uno de esos santuarios próximos a La Romareda, un zaragozano de siempre busca un resumen para 2022. Lo hace, como es habitual, en clave zaragocista, en una referencia velada al equipo de su vida. El año en el que todo iba a cambiar solo cambiaron las escrituras.