La llegada de Jorge Mas Santos al Real Zaragoza suponía el inicio de un relato distinto. Era entrar en un lugar nuevo en la historia, proyectar el fin una década negra. De momento, el futuro se construye con ilusión, pero con las mismas certezas de siempre. Y, por tanto, con unas dudas igualmente conocidas.
La afición aplaude la renovación de Francho Serrano, como un símbolo de un futuro distinto. También se ilusiona con las que llegarán después: la de Iván Azón se acerca y la de Alejandro Francés se pospone, pero parece también próxima. Las tres son una declaración de intenciones por parte de la nueva propiedad. Y también son una prueba del zaragocismo que ha marcado a los three amigos y a toda una generación de campeones. Amor sin cláusulas.
Tras esa decisión, tan acertada como popular, se esconden algunos errores que están a la vista de todo el mundo. Entre ellos, pocos tan flagrantes como la continuidad de Miguel Torrecilla en Zaragoza. Raúl Sanllehí valora la opción de ofrecerle dos temporadas más. Como si el tiempo no hubiera demostrado ya que Torrecilla no merece una siguiente tentativa.
Luis Forcén sigue en el consejo por una condición que se camufló en la operación de compraventa. Tampoco hay transparencia real sobre la marcha de la familia Yarza. Y la continuidad de Forcén implica, de un modo indirecto, la supervivencia de Cuartero al menos hasta septiembre. El anterior director general se esconde entre bambalinas, como si se sintiera un impostor en el palco. Su historia es caprichosa. Hace diez años, Cuartero era un defensor limitado, pero modélico. Ahora, es un directivo avergonzado, casi maldito. Un pájaro de mal agüero.
Sanllehí y Torrecilla construyen sobre la marcha un Zaragoza que podrá refinanciar su deuda, pero que no contará con recursos muy distintos a los que tuvo el verano anterior. Aún así ese no es el mayor de los temores de la afición, sino el hecho de que Sanllehí le dé las llaves del club a quien ya planificó el último desastre.
La Romareda, si todo va bien, se mantendrá en su lugar original. Mientras, la grada prefiere escuchar la voz rota de su nuevo director general a las fábulas de Torrecilla. El director deportivo busca las salidas de Narváez y Petrovic y Sanllehí piensa en quedarse con esas piezas que la afición ya consideraba parte de su pasado. Lo que se inició como una revolución se ha quedado, de momento, en una transición dulce. Y eso, a la vez, es un inicio mucho más amargo del esperado.